Río 2016. El adiós de la Generación Dorada: un ciclo maravilloso que deja un mensaje inmortal
Publicado por Claudio Cerviño en el Diario La Nación de Argentina
Con el adiós de Ginóbili, el hombre que cambió el básquetbol argentino, y también de Nocioni, la selección le pone fin a 15 años de gloria, orgullo, pasión, valores y respeto de los rivales
Rio de Janeiro.- Pasa Sergio Hernández , conmovido, y apenas alcanza a balbucear: «Estuve todo el día pensando en qué hacer con Manu, cómo hacerlo.». Mira hacia el techo y se va. De fondo, hay gritos, agradecimientos interminables de la gente. Nadie le pide que no se vaya: respetan una decisión inexorable. Ginóbili se va de la cancha y es inevitable reciclar ese día que se extingue. Se rapa después del mediodía, se distiende en una charla dorada con Santiago Lange, que los visita en la Villa Olímpica, y con el Chapu Nocioni , su eterno compañero de habitación.
Se ríe con Scola antes de la presentación de los equipos. Mete un par de triples, regala jugadas con su sello. Se va su último partido con la selección y faltando 4m18s salta a la cancha, pero no lo hace solo: lo acompañan Nocioni, Scola y Delfino . Las cuatro leyendas de la Generación Dorada. La Argentina pierde 94-71 con Estados Unidos y el estadio es un hervidero en el que nadie entiende nada.
Los argentinos cantan su sentimiento, los brasileños quieren tapar el homenaje. La pelota va y viene, pero el Dream Team es el que sigue convirtiendo. Resta 1m52 y reingresa el chico Brussino. Se va Manu. Es su última imagen como jugador de la selección antes de los homenajes de los NBA, las lágrimas, el abrazo con Scola y la convicción de que un ciclo hermoso de su vida concluye a los 39 años.
Se va Ginóbili, se va Nocioni. Algún día se irán Scola y Delfino. No hay más Juegos Olímpicos para ellos. Fueron cuatro. Gloriosos. Son 15 años de enseñarle al deporte de nuestro país lo que es un equipo, lo que son los valores, lo que es la esencia de un grupo que, más allá de algunos chispazos, siempre vivió como si estuviera en un viaje de egresados. Dejando la piel en la cancha, incluso después de ser campeones. Sintiendo la camiseta como pocos. Le dijeron la Generación Dorada. Más tarde fue El Alma. Pero siempre, de punta a punta, fue El Equipo del Pueblo, ése que no generó divisiones en las tribunas, sino que provocó el encolumnamiento incondicional detrás de cada presentación.
Se forjó antes, desde 1998, pero todos lo conocieron en el Mundial 2002 de Indianápolis, cuando por primera vez en la historia vencieron al Dream Team. Conmovieron. Hicieron llorar con la medalla dorada en Atenas 2004 y el bronce en Pekín 2008 e infundieron un respeto supremo hasta en los propios cracks de este deporte.
La anécdota del coach Mike Krzyzewski, antes de la semifinal en China, cuando los vio abrazados, arengándose y saltando todos juntos, merece estar colgada en cada gimnasio: «Cuando ví eso, le dije a mi ayudante que olvidáramos todo el scouting que habíamos hecho con este equipo, es a ese espíritu al que tenemos que vencer, al del compromiso por una camiseta, por un país, un compañero y la hermandad como grupo». Sí, el entrenador del seleccionado norteamericano rescatando el sentido de grupo de la Argentina.
La historia quiso que fuese el propio Estados Unidos, y en los Juegos Olímpicos, el que pusiera punto final al ciclo. Un 105-78 por los cuartos que entregó 8 minutos de testimonio de grandeza, los primeros, para luego sucumbir ante los triples de Kevin Durant, el rigor físico y un estado atlético imposibles de seguirle el tren. Nadie olvida aquel triunfo en Atenas en la semifinal, pero la realidad es incontrastable: pasaron 12 años y desde entonces no se le volvió a ganar al Dream Team en 9 partidos.
Tan grande fueron estos jugadores que entre esa derrota y la del Mundial 2002 provocaron que Estados Unidos modificara su manera de pensar y de actuar, asignándole la importancia que merecen las competencias internacionales. Necesitaba un llamado de atención, un escarmiento a la soberbia. Se lo dio este equipo.
Justo antes de ese ingreso de los viejos amigos, a 4m18s del final, en la cancha ponían el pecho Laprovíttola, Brussino, Deck, Garino y Acuña, parte del recambio que estuvo haciendo un curso acelerado de alto nivel, acompañados por los que dejan la posta, que dejan un peso inevitable por todo lo que han conseguido.
Presiones que sin dudas deberán sobrellevar, aprender a convivir con ellas y superarlas. Una enseñanza que también le cabe al público a la hora de las exigencias: no todos son campeones, no todos son NBA. Hay procesos que cumplir. «Se fueron muchos ya de la Generación Dorada, se van Manu y Nocioni. El básquetbol sigue y hay que jugarlo. Algún día me voy a ir yo y también va a seguir», razonó Scola, en una noche de emociones fuertes, de impacto.
Fue el partido en el que menos se sintió el apoyo de los hinchas en el Carioca 1 de Barra de Tijuca. Quizá por la contrariedad del rival que tocó en cuartos habiendo ganado 3 partidos de 5 en la etapa previa. Pero seguramente porque las añoranzas y la tristeza fueron ganando los cuerpos a medida que se acercaba el partido.
El Dream Team tuvo el respeto que no alcanzó a mostrar, como en cada día de los Juegos, el público brasileño. Nada que no pueda superar un equipo que marcó la historia del deporte argentino. Que se permitió emocionarse. Que llenó de orgullo a millones. ¡Claro que se lo va a extrañar! ¿Pero sabe qué? Nada comparado con el privilegio de haberlos visto. Y sentir que el mensaje llegó y es inmortal.
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