Yo de mayor quiero ser Rafa Muntión

Foto:eitb.eus. Iñaki Garaialde y Rafa Muntión durante la Final Four de Vitoria-Gasteiz 2019

Por Borja Mallo (Diario Noticias de Álava)

“¿Y tú, qué quieres ser de mayor?”. Cuántas veces en nuestro período escolar se nos habrá presentado delante esta pregunta. Los padres, la familia, los profesores, tú mismo… No sé en qué momento me llegó la iluminación de que yo lo que quería era ser periodista, pero mucha responsabilidad en esa decisión se la concedo, además de a José María García, a Rafa Muntión. “Yo de mayor quiero ser como él, viajar con el Baskonia y contarle a todos sus aficionados sus hazañas por Europa”. No he llegado a eso, pero no me he quedado lejos porque llevo ya un tercio de mi vida siguiendo al Deportivo Alavés. Conociendo la profesión, no estoy para quejarme.

Mi relación con Rafa empieza por Iñaki Garaialde, quien también ahora se despide de las ondas. Durante innumerables años, fui su alumno en el Colegio San Prudencio. Creo que ha sido el profesor al que durante más años me ha tocado sufrir. Y esta afirmación corresponde totalmente a la realidad para cualquiera que haya asistido a sus clases de educación física y los puñeteros pinos que algún suspenso me costaron.

Bromas aparte, Iñaki fue para mí una referencia en un aspecto fundamental como convertir a niños en adultos y descubrir que las cosas en la vida requieren de esfuerzo. Porque un año después de catear, llegó el sobresaliente.

Iñaki también fue quien me metió el gusanillo del baloncesto. Las canastas del diminuto y antiguo gimnasio del colegio en las que todos intentábamos hacer mates –apoyándonos para saltar en la pared que estaba junto a la puerta de su despacho, lleno de recuerdos de su etapa como jugador y de trastos de todo tipo relacionados con el basket– supusieron la primera experiencia con este deporte para muchos. Y también descubrimos el Baskonia con las entradas que nos regalaban.

Todo muy divertido, hasta que un día había poca gente para entrenar –normalmente cuando llovía o quitábamos nieve con las palas–, nos juntaban a unos cuantos de equipos diferentes e Iñaki nos impartía un entrenamiento de defensa. “Posición defensiva” –ya sabéis, medio acuclillados, con los brazos extendidos y la espalda recta– y “pataleo” –en dicha postura, un pie arriba y otro abajo a toda velocidad durante un período variable de tiempo– se convirtieron en términos odiosos.

Después de esa etapa, la relación entre maestro y alumno se mantuvo. Como un amigo más, siempre presto a echar una mano cuando era necesario. Y a través de Iñaki acabé llegando a Rafa. Llevaba años escuchando sus narraciones y me parecía lo máximo a lo que un por entonces estudiante de Periodismo y seguidor baskonista podía aspirar.

Foto: Radio Vitoria.Los hombres del Basket de Radio Vitoria, Txema Capetillo, Iñaki Garaialde y Rafa Muntion, con Luis Mari Armaburu en los años 90.

Nos conocimos en la Copa de 2004, en Sevilla. El extinto Canal Gasteiz me mandó allí con una minicámara con apenas veinte años y me lo pasé en grande, todo el torneo sentado sobre el parqué. En el sótano del hotel Meliá Lebreros estaba la zona habilitada para la prensa y ahí me encontré por primera vez con Rafa en persona.

Con su bigote, su sempiterno cigarro en la mano y rodeado de cables, ahí estaba la persona a la que yo me quería parecer de mayor. Me senté en una enorme mesa redonda por la que durante toda una mañana fueron pasando protagonistas en esos programas maratonianos que te hacían sentirte dentro del torneo.

En octubre de ese mismo año, comenzaron mis prácticas en Radio Vitoria. En principio, me había tocado ir a la sección de programas, pero tuve la suerte –o la mala suerte, vaya usted a saber– que el día de mi presentación Rafa estaba en la emisora. “Txerra, a este me lo mandas a deportes”, le dijo al por entonces director –José Ramón Díez Unzueta, la persona sin la que es imposible explicar el fenómeno de las retransmisiones deportivas en Vitoria y al que tanto le debemos muchos–, quien todavía hoy me sigue llamando becario cuando nos encontramos. Y a deportes que me fui, compartiendo sobre todo los sábados con Rafa.

Ahí descubrí a la persona. De trato sencillo, sonrisa fácil y que te transmitía una gran confianza. Olvidadizo y despistado –todavía me debe un par de libros que le dejé hace lustros y de vez en cuando me encuentro con una llamada suya equivocada al compartir nombre con su cuñado–, no dudó a la hora de abrirme el micrófono y de dejarme mi espacio para que me fuese forjando. Con él comencé a aprender todas esas cosas que no te enseñan en la Universidad y que se pueden resumir en la palabra profesionalidad.

Unas clases particulares que después completaría viajando con el Alavés junto a Fernando Ruíz de Esquide, de El Correo. Siempre los primeros en llegar y los últimos en salir, previendo cualquier tipo de complicación que se pudiera presentar y con el ojo atento a todo lo que se moviese alrededor.

Ese tiempo como becario me sirvió para entablar una relación con Rafa que fue creciendo a lo largo de los años. Ya como plumilla licenciado, analizaba el calendario baskonista para tratar de sumarme a alguna expedición cercana, siendo la de Valladolid la más repetida. Creo que era el viaje que más le gustaba por el corderito que caía después de los partidos en Fuensaldaña y que en los últimos tiempos había sustituido por el viaje a Burgos, también con sus buenos asadores.

Lo único bueno de su jubilación es que ahora no tendremos que hacer malabares para cuadrar el calendario y el “baja a Orozko cuando quieres príncipe –me gustaría saber de dónde ha sacado el apelativo– y nos comemos unas alubias” será cuando yo quiera y no cuando a él se lo permita el calendario. Y como siempre, la comida acabará siendo un buen chuletón mientras nos ponemos al día. Porque se va el maestro, pero, como con Iñaki, quedan para siempre dos grandes amigos.

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