Foto:ACBphoto/Chase Budinger intentando acabar un mate de espaldas
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En un encuentro vibrante, épico, bello en su origen y muerte, el Real Madrid consiguió el pase a la final de la Copa del Rey tras superar por 99-103 al Baskonia.
Los de Laso, que lucharán por el título tras dos rondas superadas en la prórroga, llegaron a sentir nada más empezar el tercer cuarto que se clasificarían por la vía rápida (35-48) en el inicio del tercer cuarto, con un Doncic insultante.
Sin embargo, el orgullo baskonista y el corazón del Buesa Arena igualaron la contienda y, más tarde, de triple en triple, el cuadro vitoriano rozó la victoria, con un +8 a falta de tres minutos que solo el carácter del Chapu y los puntos de Llull lograron neutralizar, para acabar rematando en el tiempo extra su 4ª final consecutiva. ¿Logrará también el 4º título?
El empuje de una charanga
Cómo no salir dispuesto a comerse el mundo tras la kalejira de la mañana. Cómo no entrar en la pista canturreando cualquier pegadiza canción de la charanga que inundó de color y ritmo el casco viejo de Vitoria-Gasteiz durante la mañana, en una fila interminable de aficionados entremezclados que iban saltando, cantando y bailando por toda la ciudad. Como si él mismo hubiera estado en esa fiesta, cerveza en mano, bufanda en otra, Larkin dejó su rúbrica en el estreno, tomando el balón, corriendo veloz hacia canasta, dando marcha atrás y clavando el triple para que el Buesa Arena pensara que sí, que este sería su día.
Si un bebé hubiera nacido el día que Felipe debutó en esta cancha, allá por octubre del 98, hoy ya podría votar. Lo mismo le da tiempo a jubilarse antes de que Reyes cuelgue las botas. Las dos primeras canastas del pívot, junto al acierto de Llull, pusieron al Real Madrid por delante. Por poco tiempo. Del 0-6 al 6-0, esta vez con un Voigtmann luciendo traje de renacentista. El choque, intenso a más no poder, tenía de todo. Lo mismo el alemán decía un “¡Vamos!» en perfecto castellano tras mate que aparecía Carroll con un triple.
Cada jugada era de repetición. La picadita de Maciulis para el mate de Ayón, el tuya-mía entreBeaubois y Voigtmann. La clase de Bargnani decantando la balanza. El ambiente ensordecedor, también. Y Hanga dejando al Baskonia 5 arriba en el marcador al final del periodo inicial (20-15), justo antes de que el encuentro se convirtiera en un juego de niños.
Rebelión desde el aula
Con 17 años, teníamos suerte si habíamos conseguido una cita con aquel viejo amor del instituto. O si nos habían duplicado la paga de veinte duros por una buena nota en el examen. Te habías pasado por fin ese videojuego que se te resistía o, a lo sumo, quedará entre nosotros, ya habías salido de fiesta como tu hermano mayor. A Luka quizá le dé por hacer todas estas cosas a los 50 años, por seguir esa extraña costumbre que tiene de ir contra el mundo. Porque no, no es humano, no debe serlo un adolescente capaz de ganarle a los adultos, a los mejores adultos del viejo continente, como si fuera una pachanga del instituto.
Cinco puntos salidos de sus manos despertaron al Real Madrid, que con un par de mordiscos deHunter y Randolph, pronto se vio por delante (22-25, m.13), tras un 2-10 de parcial. Como en el primer cuarto, los equipos no se intercambiaban canastas. Se intercambiaban highlights. El 2+1 de Beaubois, el tapón de escándalo de Diop, el vuelo de Taylor para machacar o la bombita deLarkin. La anarquía de lo bello. En plena revolución, un tirano que volvió a bajar su pulgar. Otra deDoncic. Y otra más. Y las que quisiera, parecía, con Randolph ayudándole a disparar al Real Madrid, que se fue por 9 tras otros dos encestes consecutivos del genio esloveno.
Budinger evitaba que se llegara al descanso con los madridistas por encima de la decena (35-44), algo que tampoco tardaría en llegar, con Maciulis poniendo una máxima de 13 (35-48) nada más volver de vestuarios, algo que, en ese momento y recordando los últimos precedentes coperos entre ambos equipos, parecía llevar el sabor de la final.
El orgullo de una ciudad
No podía bajar los brazos el Baskonia. No tan pronto. No con ese público. No con precedentes tan bonitos en Vitoria-Gasteiz, de los años de Añúa al boom Bennett. No recordando los últimos duelos en el Buesa Arena entre ambos. No mientras Diop se colgara del aro con tanto amor propio. No mientras Larkin siguiera esquivando a rivales en cada penetración como si fueran conos. No con el triple de Hanga que terminó por transformar el escenario del partido (44-50, m.25). El tiempo muerto en el momento apropiado. Los brazos levantados de Diop, el público volviendo a creer. El partido, reciclado en tiempo récord.
El 7-0 fue 9-0. El 9-0 se convirtió en 11-0. La tranquilidad madridista, pese a la reacción inicial (52-61, m.27) en euforia baskonista. El segundo golpe dolió más. Beaubois iba, simplemente, mucho más rápido que el segundo hombre más veloz en pista. Larkin asumía protagonismo, Hanga se mostraba letal y Tillie llamaba a la puerta antes de derrumbarla del todo.
El Buesa Arena se caía del ruido en un encuentro que, por momentos, dolía de pura belleza y que tenía aroma a un final apoteósico, a algo inesperado, a un desenlace a cara cruz, con crueldad o la heroica como únicas posibilidades. Randolph -tapón con rombos- mantenía a duras penas con ventaja a su Real Madrid (64-68, m.30) y Doncic le apoyaba en eso de retrasar lo inevitable, pero los vientos de remontada empezaron a ser huracanados cuando Tillie tiró del todo la puerta. Sin protección, todo voló por los aires cuando Voigtmann machacó para darle la vuelta al partido (73-72, m.33) en pleno éxtasis baskonista. La locura debía ser algo muy parecido a eso.
El domador de fieras
Los de Sito Alonso, lanzados como nunca, tenían siempre un pase más, un tiro mejor, una decisión más inteligente, una defensa más dura. Con el Baskonia superando en todo a su rival por momentos, la diferencia comenzó a crecer, ya en esa franja de tiempo en el que solo los más fuertes podrían reaccionar. Beaubois sumaba triples como bandejas, Larkin le seguía desde el 6,75 y, si Doncic se mostraba irreverente con puntos de todos los colores, qué escándalo, el propio francés del Baskonia le endosaba otro para que el Buesa Arena se pusiera a su merced.
Por si fuera poco, Hanga se animó a acudir a la fiesta del triple con un acierto que tenía tacto de lápida (87-79) con el bocinazo final a solo tres minutos de distancia. El partido era del Baskonia. La final era del Baskonia. Y seguramente lo hubiera sido si, más allá del mérito de sus compañeros, no hubiera salido a pista Andrés Nocioni. El salvador, el héroe, el talismán, el del contagio fácil. El argentino que dijo en la previa copera que se deja bigote para domar fieras. El viejo héroe baskonista que regala el cielo en cada tierra que pisa.
Con 8 abajo, el argentino, como contra el MoraBanc (+16 del Real Madrid en solo 10 minutos con él en pista), lo cambió todo. Hasta los ojos de Llull parecían diferentes, en puro trance.Randolph abrió el túnel con un triple y el alma de Sergio hizo el resto. Penetraba con fuego, tiraba con hielo, como si el tiempo se parara. Y ni siquiera la respuesta de Beaubois (89-86, m.39) frenó al “23”, que pidió el balón del partido sabiendo ya el final del mismo. Porque lo sabía, porque esos ojos de rabia no mostraron sorpresa cuando anotó el triple que mandaba el partido a la prórroga. Y porque el tiempo extra sería suyo.
El trance de Sergio Llull
Llull estaba en trance y volvía a empatar a 91 tras la única superioridad baskonista en la prórroga.Ayón, más terrenal, a veces coqueteaba con lo divino. Y Nocioni, en modo metafísico, aportaba también un triple para aquellos que más que en las sensaciones (+12 para su equipo en los 8 minutos en los que pisó el parqué), solo creen en la religión de lo tangible.
La presión ambiental no había cambiado un ápice. La valentía de los baskonistas, tampoco. Pero la visión de Llull seguía cumpliéndose. Ojos en trance, que no cambiaban ni con el matazo deAyón -más adicional-, ni tras recibir un golpe para poner el +6 desde la personal (96-102, m.44). Ni siquiera cuando las luces rojas de cada canasta gritaron con estruendo que el Real Madrid ya era finalista.
Él ya lo había celebrado, agarrando el balón, tirándolo al aire con más rabia que nunca. Brazos en alto, mirada al público. Sin nada más en la mente que el partido del domingo. Sin nada más en los ojos que baloncesto y trance.
Daniel Barranquero
@danibarranquero
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