Pasión por Moscú
Por Carlos Pérez de Arrilucea
Hay ciudades que se incrustan en la maleta con sentimientos ambivalentes. Una mezcla de repulsión y atracción, un gris de emociones que hace que se conviertan en urbes tan agotadoras como apasionantes.
Es lo que me sucede con Moscú. Uno que en sus tiempos mozos ha leído a Tolstoi y que ahora devora las novelas de Vasily Grossmann ha aterrizado en la capital rusa unas cuantas veces con el Baskonia y con su correspondiente manojo de tópicos, pensando que a la vuelta de la esquina se encontrará a algún capitán general repasando el historial ruso de resistencia ante las invasiones napoleónicas o frente al delirio nazi que terminó con sus huesos en Stalingrado.
Nada de eso. Moscú es una ciudad inabarcable, que siempre parece haberte doblegado desde el primer momento que la pisas. Transmite la sensación de que ni sus edificios ni sus distancias están hechas a la medida del hombre. Y sin embargo, esconde un encanto a veces difícil de descifrar, tan hermético como el secreto del alma rusa.
José Manuel Calderón ante Andersen en la Final Four de Moscú 2005
El primer contacto que tuve con la ciudad fue en la inolvidable Final Four de 2005. Aún recuerdo aquel intento que hicimos el periodista de Onda Cero Héctor Fernández y yo de entrevistar a Arvydas Sabonis. Era la mañana previa a la semifinal contra el CSKA y ahí estaba el genio lituano acodado en la barra del bar del hotel en el que estábamos hospedados los informadores.
Con rostro sonriente y trasnochador, Sabonis estrechó mi mano, que se perdió en una masa gigante con cinco dedos interminables. Se excusó, fintó la solicitud de los dos plumillas vitorianos y nos prometió que conversaría con nosotros si ganaba el Baskonia al anfitrión. El caso es que al equipo vitoriano le dio por aguar la fiesta moscovita, pero nunca pudimos encontrar al mago de Kaunas para que cumpliese lo prometido.
El Baskonia vivió entonces jornadas de gloria que destaparon el espíritu indomable del equipo azulgrana ante el coloso ruso. Aquel triunfo en la semifinal tendría consecuencias en el futuro, con una concatenación de movimientos curiosa. Tras caer ante los vitorianos, el CSKA abrió la puerta a Dusan Ivkovic para más tarde lanzar sus redes sobre Ettore Messina, el mismo en quien había pensado el club de Josean Querejeta para suceder a Dusko Ivanovic, que pondría rumbo al Barcelona una vez concluida aquella temporada.
Cuando nos referimos al Baskonia, en Moscú siempre suceden cosas de lo más peculiares. Si no, que se lo pregunten a Mirza Teletovic. En el aeropuerto de Seremetievo, los guardias de seguridad tienen una foto suya en la que se le retrata como un forajido al que hay que detener, cachear, solicitar una y mil veces los papeles y mandarlo a la sala de espera, en tierra de nadie, con un pie dentro del país y con otro en el avión de vuelta a casa, cual deportado y paria sin patria. Y mira que el bosnio tiene toda la cara de no haber roto vajilla alguna en su vida.
Ahí tuvo que quedarse bloqueado hace dos temporadas durante un desplazamiento a la capital rusa para enfrentarse al Khimki. Fueron cerca de seis horas de ‘detención’. El caso es que la expedición aterrizó en Moscú a media tarde y Mirza no llegó al hotel hasta avanzada la madrugada, acompañado de un as de la diplomacia como Félix Fernández.
En aquella ocasión el móvil del director deportivo azulgrana contactó con cualquier persona en embajada, altas instancias deportivas de todo grado y no me cabe duda de que incluso lo intentó con el Kremlin. Y seguro que gastó ingentes cantidades de paciencia para mantener las formas y no estrangular a las primeras de cambio a los guardias fronterizos, tan cuadriculados y poco comunicativos, gorra de plato sobre la cabeza, al más puro estilo de los tiempos del telón de acero.
Mirza Teletovic tras 7 horas retenido en el aeropuerto moscovita
El caso es que Teletovic pasó el trance y a la mañana siguiente tuvo que aguantar, somnoliento y ojeroso, las bromas de compañeros y periodistas. Y como siempre, el rostro risueño y sonriente de aquel en cuya carta de presentación siempre afirma no haber matado a una mosca. Horas después, Mirza le clavaba 25 puntos al Khimki y el Baskonia obtenía una victoria crucial para mantenerse vivo en el Top 16.
Semanas después, volveríamos a Moscú. El Caja Laboral debía medirse al CSKA en cuartos de final después de aquel fenómeno poltergeist que se produjo en el Buesa Arena en el último partido del Top 16 ante el Cibona de Perasovic. Fue casi una semana entera de estancia en la ciudad, días duros porque el equipo tuvo que encajar dos palizas antológicas.
Hubo tiempo para lamerse las heridas, darse una vuelta por la Plaza Roja en una mañana soleada y hallar incluso un escenario insólito en las cercanías de la cancha del CSKA. Era la matinal previa al segundo encuentro de la serie y a un servidor le dio por matar el tiempo caminando más allá del Universal Sport Hall. Un corto paseo te lleva a contemplar el majestuoso Megasport Arena, un gigantesco pabellón para cerca de 14.000 espectadores, con dos inmensas rampas de acceso bañadas en azul y rojo y que, en materia baloncestística, tan sólo se abre en ocasiones de excepción.
Carlos en el cementerio aeródromo de Moscú del Ejercito Rojo
Pero la sorpresa llega en los aledaños de este recinto deportivo. Una amplia explanada revela un antiguo aeródromo abandonado. Y en una franja de terreno aledaña, uno se queda boquiabierto ante la contemplación de un cementerio de aviones que en su día pertenecieron a la fuerza aérea del Ejército Rojo.
Algunos destartalados y otros con gran parte de su estructura intacta. Allí había cazas a reacción, los míticos MIGS, helicópteros de asalto e incluso lanzaderas de cohetes. Un arsenal inhóspito, un pedazo de historia abandonado en medio de la nada. Cuando volví al hotel y conté mi excursión, más de uno se preguntó qué coño le echa al café del desayuno el enviado especial de EL CORREO.
El histórico Universal Sports Hall, cancha del CSKA.
Aquel viaje terminó con una estocada casi mortal para el Baskonia, que se vino de Moscú con un 2-0 en contra casi decisivo. Tras el segundo encuentro, la pareja informativa formada por Rafa Muntión y quien esto escribe no le quedó otro remedio que tratar de cenar algo en el bar del Universal Sport Hall. Y allí nos encontramos con el verdadero espíritu ruso de buena acogida.
En una sala repleta de directivos del CSKA y miembros de la Federación Rusa de Baloncesto que celebraban la reciente victoria nos hicieron un hueco gustosos y nos colmaron de atenciones. Algo de comida y un par de copas de un vino destructor de hígados al que no le hicimos ascos por aquello de no hacer un feo a los anfitriones. Y en la hora de la despedida, no se me ocurrió otra cosa que soltar un ‘¡Nos vemos la semana que viene!’. La risa fue unánime.
Nunca pudimos tomar el avión de nuevo para contar un quinto partido. El Baskonia se levantó en el tercer encuentro en Zurbano pero el CSKA le volvió a tumbar en el cuarto. Días después de haber volado de vuelta a casa, 39 personas perdían la vida en un ataque terrorista contra el metro de Moscú. El tipo de suceso que te hace pensar por qué muchas veces convertimos en tragedia el hecho de perder por quince puntos o más en un partido de baloncesto.
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